Mi Experiencia en la acogida
Hace un par de años que soy voluntaria en Voluntarios Itinerantes y en todo este tiempo he ayudado de mil formas diferentes: realizando fotografías y videos de los perros, paseándolos, diseñando carteles, vendiendo calendarios, etc., pero nunca me había animado a hacer una acogida.
Eso cambió el pasado mes de agosto. Llevaba un par de meses con muy poco trabajo y eso hacía que pudiera estar mucho tiempo en casa, más de lo normal; entonces Voluntarios Itinerantes comunicó que se necesitaba gente que acogiera a una camada de cachorros que tenían tres días. Sin pensarlo mucho, decidí acoger a dos de ellos, pese a lo que la gente pueda decir. ¿A qué me refiero? Pues a que desde que los tengo en casa, y de eso hace ya tres meses, la gente solo ve pegas, y la que se lleva la palma es la pregunta «Y luego, ¿cómo los va a dar? ¿No te encariñas?». Mi respuesta explica por qué los acogí: claro que te encariñas, pero sabes que estos perros, cuando salgan de aquí, serán adoptados por una familia fantástica que les dará todo el amor que necesitan, y nosotros estaremos ahí para asegurarnos de ello. En el momento en que decides acoger tienes que entender cuál es tu función, y en mi caso es darles todo lo necesario para sobrevivir, y además, cariño y cuidados para que luego, allí donde vayan, nunca vuelvan a sentir ese abandono que tan temprano sufrieron.
Por otra parte, la acogida tiene muchas recompensas: ver cómo crecen y aprenden cosas nuevas, todo el amor que recibes de ellos, esas bienvenidas alocadas… Sin duda alguna, repetiría la experiencia y pienso que la acogida, tanto de cachorros como de perros enfermos o mayores, es una de las funciones más importantes del voluntariado.
Supongo que verlos con sus familias, ya adultos, será la mejor recompensa de toda esta experiencia: saber que al fin son felices.
Texto y fotos: Rutz Zapater